LOS NACIONALISMOS INDEPENDENTISTAS ¿QUO VADIS?

Suele suceder que cuando en un estado-nación confluyen en cualquiera de sus territorios periféricos hechos como gozar de un desarrollo económico superior al resto, utilizar un idioma diferente y profesar una religión distinta, será difícil que no tiendan a aparecer brotes separatistas. Y aunque coadyuvan los dos últimos, suele ser el desarrollo económico el más decisivo. Apenas se conocen regiones que con un menor nivel de renta pretendan separarse de un estado-nación más desarrollado. Tal sería la condición humana que intenta diferenciarse de aquellos por quienes siente un velado desprecio por el sólo hecho de ser más pobres o menos ricos. Padania, Cataluña, Pais Vasco, Flandes, Santa Cruz en Bolivia, etc. lo demuestran. Aunque no deja de comprenderse la complejidad de la actitud nacionalista donde se entremezclan otros factores: apegos al terruño, orografía, historia, hazañas de héroes, costumbres, folklore, etc., diferencias todas ellas adobadas e introducidas machaconamente en el alma de la gente local por líderes políticos que prefieren ser cabezas de ratón más que cola de león. Una vez conseguido que estas diferencias se sustancien en un cierto sentimiento de superioridad popular (nunca reconocido) sobre el resto del estado-nación, y por ello en la conveniencia de desvincularse del mismo, el mal estará irremediablemente hecho.

A la actitud independentista se le presentan entonces dos alternativas básicas: una, tratar de influir en el resto del estado-nación para elevar su nivel de desarrollo, y otra, optar por la secesión aflorando y potenciando los rasgos diferenciadores. Como bien es sabido y por desgracia, esta última es la opción adoptada por los independentistas de cualquier latitud. A partir de esta decisión, toda iniciativa independentista generará entonces un doble sentimiento de humillación simultánea: los independentistas se sienten humillados por pertenecer a un estado-nación al que desprecian; y el resto del estado-nación se sentirá igualmente humillado al sentirse despreciado por los independentistas. Los primeros llegarán hasta subjetivizar y reescribir un tipo de historia “ad hoc” con el fin de justificar y perpetuar su sentimiento de frustrante humillación. La impotencia que sienten ante la superior fuerza física del estado-nación les llevará probablemente, en función de su madurez moral e intelectual, a una huida hacia delante en acciones que irán, desde embutir a su población una deformada educación nacionalista hasta la práctica del terrorismo más criminal. Y cuando se sobrepasan ciertos límites por el sistema educativo autónomo, la semilla revolucionaria proporcionará a los nacionalistas unos recursos humanos tales que pueden resultar incontrolables hasta para ellos mismos. Ejercer de “aprendices de brujo” tendrá entonces consecuencias lógicas: a unos jóvenes instalados en el bienestar familiar o asistencial, que no encuentran trabajo fácilmente, que han de seguir estudiando les guste o no, que intentan matar su aburrimiento con drogas, con botellones o con gamberradas y que además están siendo educados en una ensoñación nacionalista que sólo está esperando su inexorable y justa reacción personal ante el “atropello histórico, ¿qué se les ofrece?. Con sólo decirles, entonces, que el único sentido que tienen sus vidas consiste en lograr la liberación de su pueblo del yugo al que le somete el resto del estado-nación, tendremos ya instalada en la mente de cada uno de los manipulados jóvenes la estopa y la chispa.¿Quien podría ofrecerles algo mas hermoso que ofrecer su heroísmo personal para pasar a la historia como un libertador de su tierra?. No será por cierto la mediocridad de alternativas que les ofrece la sociedad consumista.

Pero los segundos, el resto del estado-nación, también va a quedar peligrosamente afectado por la iniciativa independentista. Porque no sólo se siente humillado por alguien que le repite constantemente que no quiere formar parte de los suyos, que ellos configuran otro tipo de sociedad, que son culturalmente diferentes, (se sobreentiende que “superiores” al partir de los primeros la iniciativa de la secesión), sino que comprueban con igual impotencia que las autoridades nacionalistas están cambiando la historia y la geografía impunemente. Sienten que su país no es el que era, que se lo están reduciendo como a quien le cortan un brazo, y que les están “robando” parte de lo que siempre se consideró su nación o su patria. Y por supuesto, cuentan con el apoyo de la miríada de teóricos que sostienen que “una parte no puede definir al todo”, que una región no puede nunca modificar la estructura de un estado-nación histórica e internacionalmente establecido.

Se enfrentan, pues, dos posturas primarias: la primera, la nacionalista, forzosamente agresiva al tener que conquistar lo que no tiene; la segunda, forzosamente defensiva al tener que conservar lo que tiene. Pero ambas, y esto es lo peligroso, fundadas ya en meros sentimientos cada vez más alejados de la racionalidad. Los unos dominados por un sentimentalismo independentista enquistado y penetrado hasta los huesos. Los otros dominados por un sentimentalismo integracionista al que les resulta imposible renunciar porque supondría negar la objetividad de la historia. El problema quedaría así situado frente a un callejón sin salida sólidamente cerrado por dos hechos objetivos: primero, que el resto del estado-nación es superior en lo económico, demográfico y militar; y segundo, que tanto las leyes del estado-nación como el derecho internacional, obligan al cumplimiento de las leyes democráticas vigentes. Dos muros que chocan frontalmente contra la desasosegante necesidad de heroísmo por parte de la juventud independentista. Resultado: terrorismo, muertes, cárceles y dolor per secula seculorum si el sistema educativo nacionalista no cambia. Y como es probable que no cambie, es probable que no se pueda salir jamás del callejón.

Pero podría existir todavía una levísima posibilidad de solución pacífica, a saber: que los independentistas decidan convencer al resto de los habitantes del estado-nación que su independencia va a generar un mayor nivel de bienestar para todos: para ellos mismos una vez independizados, pero también y sobre todo, para el resto de los ciudadanos del estado-nación. Ardua, sin duda, labor de convencimiento que debería pasar por demostrar, necesidad por necesidad, y valor por valor, que los niveles de realización de cada uno de las necesidades ciudadanas se satisfarán mejor una vez la separación consumada. O en todo caso que el sistema de valores en su conjunto (salud, desarrollo económico, libertades, redistribución de la renta, ecología, peso internacional, etc.) va a resultar superior para todos, para los unos y para los otros, después de la secesión. A los partidos políticos independentistas correspondería entonces el diseño de tamaña estrategia y de sus correspondientes campañas, día tras día, elección tras elección, en todas las regiones del Estado. Este sería el difícil reto al que se enfrentan los políticos independentistas, so pena que nuestro futuro sea vivir, unos y otros, permanentemente humillados y cabreados.


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